Guerra y paz
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Resumen
Si bien firmo esta columna como académico, me permito una pequeña introducción a título personal. Escribo estas líneas consternado por la destrucción que ha ensombrecido todo lo que hasta ahora había sido el movimiento social que estalló el 18 de octubre: las marchas pacíficas, los cabildos y encuentros ciudadanos, el ambiente de esperanza que se estaba creando. Con tristeza debo reconocer que ya no puedo seguir considerado como “brotes aislados de violencia por parte de algunos manifestantes” –contrariamente al actuar sistemático de las “fuerzas del orden”, que ha costado las vidas y los ojos de tantos compatriotas– la destrucción que se tomó las calles. Cuando intento de alguna manera calmar a mi esposa (que nunca vivió una circunstancia similar en su país), ya no tengo argumentos para poner en perspectiva la destrucción, los saqueos y, en general, la sensación de inestabilidad que se arrastra por casi un mes. Tampoco creo, sin embargo, que estemos ante una fuerza organizada que pretenda desestabilizar el país, un enemigo –interno o externo– contra el cual haya que luchar para recuperar el control del país. En efecto, ningún análisis de los hechos –de los cuales hay tantos y tan variados, en la prensa, en las redes sociales, en las conversaciones–, por mucho que esté de acuerdo con él, logra sacarme de esta desazón que poco a poco empieza a vencer las esperanzas de un Chile mejor que había visto cruzar nuestro país.